Mentes abiertas
- Ricardo Campo
- febrero 13, 2013
- Opinión, Pseudociencias
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¿Tiene usted una mente abierta? ¿Hasta dónde llega la apertura? ¿Es la desconfianza un vicio? ¿En qué ámbitos está relacionada la ignorancia y la apertura mental? ¿Es igual cualquier estupidez al sentido común?
Hay una paradoja muy llamativa en el mundo de las ideas y creencias alternativas relacionadas con el conocimiento y la ciencia: el ocultismo típico se ha actualizado adquiriendo un lenguaje de inspiración científica. Esto es particularmente notorio en el campo de la medicina; es lógico: la enfermedad es un negocio eterno (de momento), mientras que, por ejemplo, de la propaganda sobre visitas de platillos volantes la gente quedó hastiada hace décadas y ya no es negocio para los infumables periodistas del misterio del tipo correcaminos, que son los que engañan y confunden al aficionado con sus paseos a la búsqueda de testimonios de lo anómalo por prescripción editorial.
Una estrategia útil para los comerciales del más allá y de los nuevos paradigmas es la igualación por lo bajo. Todo vale lo mismo, no hay criterios para descartar la primera sandez que se presente porque hacer tal cosa es síntoma de autoritarismo o de cerrazón mental (es una variante de la democracia morbosa: pregunten por Ortega y Gasset). Tal es el caso, adornado con buen talante y mejor rollo, de Mercedes Díaz, profesora titular de la Facultad de Enfermería y Fisioterapia de la Universidad de Cádiz, que, para justificar la presencia en la UCA de una bruja “aromaterapeuta” cuántica” y “terapeuta bioenergético holística” que dice curar la esclerosis, apeló a que “con la ”.
Eso sí, de paso señala a las multinacionales farmacéuticas, que son muy malas porque fomentan trastornos como la hiperactividad infantil. El mundo ha llegado a un punto en el que a esta señora profesora no se le cae la cara de vergüenza ni la bruja es puesta inmediatamente en la acera de la calle más próxima para que venda sus amuletos y pócimas (en forma de palabrería) en algún garaje, pero no en una universidad pública. Todos tienen la mente abierta: unos buscan pasta a costa de los males ajenos; otros dispersan pétalos de rosa perfumados en la dura realidad, que a pesar de ello sigue apestando. Pero no enturbiemos el ideal de felicidad barata con hedores ontológicos.
Basta un poco de retórica, un mucho de empatía, toneladas de zalamería y cualquier fulano o fulana (con perdón) se atreverá a tratar a enfermos de las más variadas afecciones sin el más mínimo pudor, sin darse asco a sí mismo, y sin la preparación mínima adecuada. Y este escenario quedará inserto en un mundo alternativo, de permisividad intelectual sin sentido y tragaderas mentales sin fondo, en un mundo donde la medicina científica (pregunten por Claude Bernard) es más mala que Darth Vader y donde los matasanos de siempre parecen los elfos de El señor de los anillos.
Según Michael Shermer en su libro Por qué creemos en cosas raras (Alba Editorial, Barcelona, 2008) al público le atraen los productos mágicos porque sirven como consuelo, ofrecen gratificación inmediata y son sencillos. Estas aparentes virtudes, que pueden ser simples fantasmagorías, son explotadas al máximo por toda una legión de truhanes del más allá, las curaciones mágicas y los paradigmas mea-colonias. Cuando oigo la expresión “apertura mental” yo pienso en Drácula.
La de Cádiz con la bruja lola, la Universidad de La Laguna con un curso de homeopatía, la de Zaragoza con un curso de echadores de cartas, la de West Anglia manipulando datos de temperatura para creerse el cambio climático… vamos, que la ciencia y la razón amenazada continuamente, con la particular participación de los medios de comunicación… Ahora si que es verdad: Repentttt, the end is near!