Yeti, Bigfoot, Sasquatch y la madre de todos ellos

Yeti

Una de tantas imágenes falsas que aseguran que se trata del Yeti / DA

El mes pasado los medios de comunicación divulgaron una noticia sobre el Yeti, donde lo novedoso era la referencia a una publicación científica que avalaba su existencia. Algunos medios hablaban del Yeti y del Bigfoot indistintamente, y aunque ambos no habiten otro lugar que la imaginación de los criptozoólogos, los informadores deben ser precisos, ya que la leyenda del Yeti se refiere a un ser antropomorfo del Himalaya y la del Bigfoot a la de un ser semejante de la zona noroccidental de Estados Unidos, también conocido por Sasquatch en Canadá.

De entrada, debemos tener en cuenta que una revista científica es todo lo contrario de esas revistas a todo color que venden trolas mensuales sobre misterios y enigmas por cuatro euros. Pero no todas las revistas científicas son iguales: algunas pueden ser producto de iniciativas privadas para dar visos de rigurosidad y cientificidad a artículos especulativos que, de otra forma, no podrían ver la luz jamás, como no sea en una de esas ¡Holas! del misterio mensual ya citadas o panfletos infumables de Internet. Y, precisamente, el DeNovo Scientific Journal es un caso de revista creada para publicar cosas como esta del Bigfoot.

Es como si un par de maniáticos crearan un journal sobre homeopatía o sobre platillos volantes invadiendo el planeta y convencieran a unos cuantos científicos para que figuren y den el pego, que para cualquier causa, por muy peregrina que sea, siempre habrá alguien dispuesto a poner su nombre y figurar en un lugar de aparente vanguardia y apertura mental. De hecho, hay científicos que no le hacen ascos a salir en la tele y en la radio en programas que trabajan a conciencia contra el más elemental sentido crítico, y no les da apuro alguno.

El artículo publicado en DeNovo Cripto-Magufo Journal asegura que el Bigfoot es el descendiente de un cruce entre machos de una supuesta especie de homínido y hembras de homo sapiens hace 15.000 años, y presenta como pruebas “el análisis del ADN mitrocondrial de más de 100 muestras orgánicas”. Bastaría con que solo una fuera auténtica para ser portada de Nature y convertirse en una de las noticias científicas más importantes de los últimos siglos; sin embargo, nos lo cuentan en una revista que en realidad es una web de internet y que no vale un pimiento. En la noticia divulgada en España a través de agencias se cita, con muy buen criterio, a Benjamin Radford, editor adjunto de la revista Skeptical Inquirer y reciente autor de un recomendable libro sobre el chupacabras (Tracking the Chupacabra. The Vampire Beast in Fact, Fiction, and Folclore, University of New Mexico, 2011), otro de esos seres legendarios y malencarados.

Radford señala que las muestras pueden estar contaminadas por la poca pericia forense de los recolectores de pruebas. Por la poca pericia y por el afán de vender una moto para convencer a los demás de algo que cualquier biólogo le dirá que es imposible: que una especie de ser antropomorfo de más de dos metros de altura viva en los bosques norteamericanos (debe haber centenares de individuos para que la especie sea viable) y no haya aparecido un resto orgánico que no sea otra cosa que pelo de bisonte o de oso, filmaciones de vídeo que no sean un burdo fraude como la de Patterson y Gimlin en 1967 al norte de California -en realidad un tipo con un disfraz de simio al que no le pagaron los mil dólares que le prometieron-, huellas prefabricadas y testimonios de fugaces visiones, que ya sabemos el valor del testimonio para estos asuntos.

Los hombres-mono y las bestias antropomorfas peludas seguirán siempre en nuestra imaginación. En siglos pasados porque representaban a la inhumanidad de apariencia humana, el ser primitivo, los defectos más animalescos de nuestra especie. Una vez que, con el descubrimiento de las leyes de la evolución, éstas se han convertido en parte de nuestro tiempo y comprensión, esos seres siguen estando ahí, ahora transformados en lejanos antepasados, en parientes perdidos que nos hablan de una humanidad primitiva, quizá más unida con la naturaleza, menos humanizada en este sentido. ¿No es maravilloso cómo los mitos se reconvierten al paso del desarrollo del conocimiento científico? Pero conviene no dejarse engañar: una cosa es la investigación científica de los yacimientos de Atapuerca y otra el show mediático de la creencia criptozoológica.

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