Criticar tonterías o cómo desvelar que el 37% de la población cree en engaños
- Ricardo Campo
- abril 04, 2013
- Pseudociencias
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El pasado 13 de marzo el Huffington Post neoyorquino publicó un artículo de Mark Morford titulado ‘El 37 por ciento de la gente está completamente perdida’. Esa gente perdida es el seis por ciento de los estadounidenses que creen en los unicornios, el treinta y seis por ciento que cree en los ovnis, el veinticuatro por ciento que cree que los dinosaurios y el hombre vivieron juntos y el dieciocho por ciento que cree que el Sol gira alrededor de la Tierra.
Bueno, aquí en Tenerife parece haber gente que cree que en lugares en los que ocurrió una catástrofe aeronáutica se ven fantasmitas paseándose, o que la homeopatía no es fraude descarado y que cura algo, que hay una monja realmente incorrupta en un convento o que estas islas son el ombligo del universo y todos los extraterrestres las tienen como lugar de paso obligado de sus naves discotequeras. Y no son tres o cuatro, sino un montón formado por consumidores y aventadores de todas estas patrañas. Morford, a la vista de estos datos (y de otros similares sobre ángeles, monstruos variados y diversos miedos sociopolíticos de la sociedad en la que vive), se pregunta si es elitista y cruel pensar que alrededor del treinta y siete por ciento de los estadounidenses no son muy brillantes o, más bien, directamente estúpidos.
El autor piensa que tal vez sí, pero a continuación ironiza diciendo que no importa demasiado porque ninguna de las personas que creen en esas tonterías está leyendo esta columna ahora mismo, ya que leer algo mínimamente complejo o analítico es algo que solo hace el cuarenta y dos por ciento de la población. Es sabido que los fieles muy devotos de cualquier creencia no leen más que productos que los reafirmen en ese estado mental, y eso lo saben los periodistas del misterio (una gente que se da mucha coba y vaselina unos a otros mientras no se pisen el rebaño ovino de consumidores). Hace unos días malgasté casi cinco euros en una de esas revistas de misterios mensuales porque quería echarme unas risas con algunos artículos. Entre las humoradas que aparecen por allí hay un artículo dedicado a los orbs. Los orbs son esos incómodos circulitos brillantes que salen en las fotos cuando se emplea en flash, y que no son más que motas de polvo y otras materias que rechazan la luz que les llega. Pues resulta que para algunos son entidades espirituales, una especie de angelitos redondos a los que incluso se puede convocar. ¿Había usted oído una estupidez mayor recientemente? ¿Qué tipo de personas son las que pueden llegar a creer realmente tal cosa? ¿Qué pensar de quien cree que esas basurillas volantes que reflejan la luz tienen capacidad para sanar y armonizar al personal? ¿No hay quien sigue cayendo en el timo de la estampita? Hay gente pa´to, como dijo el torero. Gente lo suficientemente despistada, alienada, espiritual-New Age o culturalmente estafada forma parte de nuestros Otros. El Otro, en este contexto, es el que cree y vive estas chorradas como si tuviesen una existencia real y efectiva. En Para entender a los extraterrestres, el mejor libro sobre parte del mundillo pseudocientífico publicado en español en lo que va de siglo -y fue publicado en 2001 por la editorial Acento- el etnólogo Wiktor Stoczkowski argumenta que la etnología bebe de las fuentes del asombro que surge cuando nos vemos confrontados con el Otro, el que vive en un universo mental radicalmente distinto al nuestro, el absolutamente ajeno. Pero no podemos pedir que todos los críticos estén interesados en entender cómo puede haber gente que crea y viva en cosas que, en último término, no tienen más valor que la penúltima incoherencia de un borracho de amanecida: esos críticos y escépticos activos no tratan de comprender el equivalente occidental a las relaciones de parentesco de una tribu de Níger o de Australia sino que intentan equilibrar con ideas contrastadas un mercado de pillos que venden mercancías trucadas.
Al margen de las creencias y monomanías que cada uno cultive, es importante que quien no se ha deslizado sin vuelta atrás por la pendiente de la magia, lo alternativo y los floripondios pseudo-románticos conozca que la cultura no está representada por el chiringuito internetero de lo oculto y el misterio, que hay pensamiento teórico e investigación empírica en la vida real, rigurosa, contrastable y atractiva. Aquí, en nuestra isla, el Aula Cultural de Divulgación Científica de la Universidad de La Laguna realiza actividades entre cuyos objetivos está dar a conocer al público el pensamiento científico y la crítica a los sonrientes comerciales del más allá. No es una pérdida de tiempo criticar tonterías; es casi un deber porque los medios de comunicación, que moldean percepciones y opiniones, tienen mucha dificultad para distinguir entre la publicidad engañosa y el conocimiento comprobado.
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